Para mí, la vida siguió su curso. De España a Holanda, Alemania, Austria, Estados Unidos y luego de vuelta a donde empecé: España. Y junto con este viaje físico, hubo uno mental también. Conforme avanzaba en la vida, me sentía atraída por diferentes técnicas de sanación, cada una de ellas me aporto claridad, respuestas a infinitas preguntas que a su vez generaban nuevas incognitas.

Mi primer encuentro con este mundo fue inevitable. A los 23 años, conocí a Carmen que me enseñó a tirar las cartas de la baraja Española, un tarot antiguo que sirve no solo para predecir sino también para jugar como juego de mesa. Fue el comienzo de una toma de conciencia de que lo que sentía y escuchaba, era algo que podía utilizar positivamente y no sentir temor hacia ello.

No fue hasta entrado mis treinta, cuando sentí que estaba establecida como adulta y segura de mí misma, cuando mi don pudo aflorar y alzar el vuelo. Sentí que primero necesitaba procesar mis propios traumas y experiencias de la infancia para poder sentirme lo suficientemente segura y para poder explorar estos acontecimientos antes aterradores. A partir de ese momento, ya no había vuelta atrás.

De pequeña, pasaba mucho tiempo mirando las estrellas. Mi primer recuerdo es de cuando tenía dos años y medio con la mirada puesta en el cielo, no sé muy bien qué buscaba. Incluso ahora, cuando miro hacia arriba, la búsqueda permanece. La diferencia es que cinco décadas después, puedo ver los patrones que forman y reconocerlos.

Aunque por entonces no me di cuenta, mi viaje hacia lo "esotérico" comenzó en aquel momento. Me cuestionaba más preguntas de las que podría tener un niño corriente. Tal vez, por haber sido una niña que había perdido a su madre con solo dos años, separada de su hermana y del hogar que conocía bien, para posteriormente ser criada por sus abuelos maternos lejos en Holanda.

Terminé mi educación oficial y seguí una "carrera" tradicional. Sin embargo, los misterios del universo no dejaban de enviarme señales, para seducirme. De niña, estos mensajes me aterrorizaban, ya que no podía entenderlos. Veía cosas que no podía explicar ni comprender, y tenía miedo de quedarme sola hasta bien entrado los 10 años.